Compartimos parte de las palabras del Cardenal Péter Erdő en
el Sínodo sobre la familia que está celebrándose en estos días y en las que nos
habla de la Misericordia.
En las últimas décadas, nos recordaba el Cardenal Erdo, el
tema de la misericordia está cada vez más en primer plano como un punto de
vista importante en el anuncio del Evangelio.
El culmen de la misericordia de Dios, ya se presenta ampliamente en el Antiguo Testamento (cf. Éx 34,6; 2 Sam 24,14; Sal 111,4, etc.). Y se revela sobre todo en los gestos y en la predicación de Jesús. En la parábola del Padre misericordioso (cf. Lc 15,11-32), además de en todo el Nuevo Testamento, la misericordia constituye una verdad central: Dios es rico de misericordia (cf. Ef 2,4). Para recibir esta misericordia, el hijo pródigo vuelve al Padre, pide perdón, comienza una vida nueva.
Dios no se cansa nunca de perdonar al pecador que se
convierte, y no se cansa de darle siempre una nueva posibilidad. Esta
misericordia no significa justificación del pecado, sino justificación del
pecador, pero en la medida en que se convierte y se propone no volver a pecar.
La misericordia significa dar más de lo que es debido,
regalar, ayudar. Sólo la misericordia de Dios puede realizar el verdadero
perdón de los pecados. En la absolución sacramental Dios nos perdona mediante
el ministerio de la Iglesia.
El significado de la misericordia para la Iglesia de hoy lo
resaltó San Juan XXIII en la apertura del Concilio Vaticano II. Declaró que la
Iglesia en cada tiempo debe oponerse al error; hoy sin embargo, debe recurrir a
la medicina de la misericordia más que a las armas del rigor.
Dios envía su Espíritu a nuestros corazones para hacernos sus
hijos, para transformarnos y para volvernos capaces de responder con nuestra
vida a ese amor.
La Iglesia es enviada por Jesucristo como sacramento de la
salvación ofrecida por Dios» (EG 112). Ella es «el lugar de la misericordia
gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y
alentado a vivir según la vida buena del Evangelio» (ivi 114).
La misericordia, como tema central de la revelación de Dios,
en definitiva es importante para la hermenéutica de la acción eclesial (cf. EG
193 ss.); naturalmente, no elimina la verdad y no la relativiza, sino que lleva
a interpretarla correctamente en el marco de la jerarquía de las verdades (cf.
UR 11; EG 36-37). No elimina tampoco la exigencia de justicia.
El Papa Francisco, desde el comienzo de su pontificado, ha
repetido:
"Dios nunca se cansa de perdonar. Nunca".
"Dios nunca se cansa de perdonar. Nunca".
[...] Nosotros, a veces, nos
cansamos de pedir perdón»
(Angelus del 17 de marzo de 2013).
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