Ésta es la enseñanza que el papa Francisco ha extraído de las lecturas del día, y que el Pontífice ha explicado en su homilía de la misa celebrada el pasado lunes, 7 de abril, en la capilla de la Casa Santa Marta.
El Evangelio de la adúltera perdonada ha dado lugar al Santo
Padre para explicar lo que es la misericordia de Dios. El relato es bien
conocido: los fariseos y los escribas traen a Jesús a una mujer sorprendida en
adulterio y le preguntan qué hacer, ya que la ley de Moisés preveía la
lapidación, al ser considerado un pecado gravísimo.
Jesús se queda solo con la mujer, como un confesor,
diciéndole: "Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado? ¿Dónde están?
Estamos solos, tú y yo. Tú ante Dios, sin las acusaciones, sin las habladurías.
¡Tú y Dios! ¿Nadie te ha condenado?". La mujer responde: "¡Nadie,
Señor!", pero ella no dice: "¡Ha sido una falsa acusación! ¡Yo no he
cometido adulterio!" y "reconoce su pecado". Y Jesús afirma:
"¡Yo tampoco te condeno! Ve, ve y de ahora en adelante no peques más, para
no pasar por un momento como este; para no pasar tanta vergüenza; para no
ofender a Dios…".
"¡Jesús perdona! -ha afirmado Francisco-. Pero aquí se
trata de algo más que del perdón":
"La misericordia --ha señalado el Santo Padre-- es algo
difícil de entender".
Alguien podría preguntar: 'Pero, padre, ¿la misericordia no
borra los pecados?' "No, lo que borra los pecados es el perdón de Dios!.
La misericordia es la forma como Dios perdona. Porque Jesús podía decir: 'Yo te
perdono. ¡Vete!', como le ha dicho a aquel paralítico que le habían bajado
desde el techo: '¡Tus pecados te son perdonados!' Aquí dice: '¡Vete en paz!'.
Jesús va más allá. Le aconseja de no volver a pecar. Aquí se ve la actitud
misericordiosa de Jesús: defiende al pecador de sus enemigos...
La misericordia va más allá y transforma la vida de una
persona de tal manera que el pecado sea dejado de lado.
"Nosotros miramos al cielo, tantas estrellas, tantas
estrellas; pero cuando llega el sol, por la mañana, con tanta luz, las
estrellas no se ven. Y así es la misericordia de Dios: una gran luz de amor, de
ternura.
Dios no perdona con un decreto, sino con una caricia,
acariciando nuestras heridas del pecado. Porque Él está involucrado en el
perdón, está involucrado en nuestra salvación. Y así Jesús hace de confesor: no
la humilla, no le dice 'Qué has hecho, dime ¿Y cuándo lo has hecho? ¿Y cómo lo
has hecho? ¿Y con quién lo has hecho?' ¡No! 'Vamos, vamos y de ahora en
adelante ¡no peques más!'.
Es grande la misericordia de Dios, es grande la misericordia
de Jesús. ¡Nos perdona acariciándonos!
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